LAS CAMPANAS DE LA IGLESIA
Me
encanta Sentisemo; este maravilloso planeta me brinda la fantástica oportunidad
de encontrarme cara a cara con mis envidias, mis odios, mi vanidad… y todas sus
derivaciones de sentimientos, sensaciones y emociones vergonzosas y
vergonzantes que me niego a reconocer en mí y que, sin embargo, identifico tan
rápido en el prójimo. En consecuencia,
con cierta resistencia, muy de vez en cuando suelo darme un corto paseo por Sentisemo,
el mágico espacio en donde conviven, en una constante guerra por la paz, mis
ángeles y mis demonios; cada uno de los cuales presume y asume ser la voz
callada de la Divinidad, en equilibrio y equidad intachables.
En este
momento deambulo por un tranquilo pueblo de calles irregulares, unas muy anchas
otras muy estrechas, algunas planas otras montañosas; en donde la riqueza y la
pobreza jamás se podrán ver tan solo como la recompensa de la consciencia
interior que se manifiesta magnánima en ambos sentidos y en toda ocasión; aquí
existe un solo tipo de personas, donde la igualdad es visible y elocuente en
medio de una infinita diversidad de formas y estilos.
Luego de
divagar por largo rato, buscando con relativo recelo y angustia, aunque fuese
un poco de coherencia, esa propiedad del ser racional que se nos extingue a
pasos colosales; de pronto divisé a lo lejos un espeso bosque que me genera una
enorme curiosidad; me acerqué sin temor ni timidez algunos porque aquí: “todos
somos iguales”, pensé…
El
exuberante bosque no era otra cosa que una caterva de personas que iban y
venían cual rama de árbol al vaivén del viento… de pronto puedo identificarme
en un rostro desconocido, pues veo el reflejo fiel de un hambre insaciable de
coherencia… al parecer él tampoco podía encontrar el objetivo de esa búsqueda
que compartimos.
No sé por
qué me causó tanta risa descubrirme en aquel semblante; me reí tanto que una
vez llegué frente a este rostro que tan bien me reflejaba en ese momento,
desdeñé mi búsqueda de mí y me senté por largo rato a observarme en forma y
estilo tan disimiles a los míos, extasiada me contemplaba por fuera de mí.
Esta
imagen mía, por fuera de mí, me permitió darme cuenta que la solución no es
simplemente andar persiguiendo la coherencia; no, el dilema es mucho más
profundo, el remedio radica en eliminar mi incoherencia.
Me veo en
un hombre calvo, gordo, muy mayor; perteneciente a una comunidad
cristiana. Vive en el centro de ciudad,
justo al frente del parque principal, a una cuadra de la parroquia. Al lado derecho de la casa de este hombre
funciona una discoteca muy concurrida y al lado izquierdo de la misma, queda un
juego de billar (música y trago) que trabaja desde las ocho de la mañana hasta
las dos de la mañana del día siguiente.
En la entrada de su casa, el hombre tiene alquilado un local donde
funciona un pequeño bar desde muy temprano en la tarde hasta las primeras horas
de la madrugada.
Pues
bien, este hombre, quien socialmente es distinguido y reconocido como una
persona de bien, fiel cumplidor de normas y leyes y ejemplo a seguir para la
colectividad en general; hace algunos días, desesperado porque el estrépito de
las campanas de la Iglesia Católica todos los domingos a las seis y treinta de
la mañana no lo dejan dormir o que lo despiertan muy temprano, no sé, para el
caso viene siendo lo mismo, entabló una demanda contra el cura párroco para que
sea eliminada esta tradición para los católicos de las campanas llamando a la
Santa Eucaristía, pero que a él mucho le disgusta.
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